fragmento asíncrono

LA CRISIS 2008

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Por Alfredo Castillo Bujase*

Las crisis de 1929 y 2008 tienen en común cualidades múltiples. Les pertenece el discontinuo límite del mercado ante la producción y el encauzamiento que precios y monedas realizan desde ecuaciones de cambio hasta inversiones de diversas magnitudes y plazos.

Cuando se pretendió explicar las crisis, una curva las prefiguró. La primera en la historia del capitalismo apareció durante 1825. Su descripción devino en formulario de permanente actualidad para críticos y adeptos a la expansión: auge, depresión, recesión, recuperación y auge; ciclo repetitivo en la ilustración descrita. Noción enclaustrada que prescinde del significado político e histórico de las crisis.

El tránsito de la teoría a la ciencia rebasa la voluntad, está en la determinación material y las condiciones de percepción. En la teoría económica, la crisis emerge intermitente en un capitalismo eterno. En la economía política, no. Los ciclos que definen el capital son compra, producción y venta. En esos procesos, una irregular asistencia de factores que los integran genera rupturas inevitables. La teoría económica ensombreció la concepción de los ciclos de Smith, Ricardo y esencialmente de Marx, en pos de la teoría sobre el ciclo.

El sistema de la representación política en el Estado actúa desde la política económica[i]. El poder, se diría, procede desde la economía política[ii] y vislumbra la naturaleza del capital, se aproxima a la realidad y, en esa exigencia, imprime riqueza imaginaria, papeles fiduciarios para apropiarse de continentes reales de valor. A los Estados les ofrece la variabilidad de los patrones de precios. El poder diferencia la función del valor y metales preciosos como dinero, de sus signos.

No hay revolución sólo con cambio de política económica, menos aún sin cambio de poder y del aparato del Estado. Las crisis repercuten en la teoría económica, imponen ajustes o cambios. Una nueva representación, incluso del mismo poder, los ejecuta.

De 1929 a 2008 ha evolucionado profundamente la composición del poder en países desarrollados y, de manera particular, en Estados Unidos y sus economías vinculadas en asocios comerciales, monetarios, bélicos. La crisis del 29 transcurrió bajo el vigor de un poder monopólico en la industria, técnica y mercados considerados espacios vitales para esas fuentes de mercancías. Hoy, en Estados Unidos manda el aparato financiero que subordina al viejo poder, el complejo militar industrial. Con esta crisis fue posible contemplar el cambio que se había dado hacia esa hegemonía en el Estado estadounidense.

Mutatis mutandi, en Ecuador, la crisis de 1999 desenmascaró la estructura del sistema, que se había instaurado 23 años atrás, con la incorporación de un poder financiero subordinado y su práctica especulativa en la manipulación del Estado ecuatoriano. A nivel macro, Estados Unidos puso al descubierto un fenómeno semejante, la función especulativa de 'sus' finanzas y una especie de 'AGD' global para salvar bancos, norteamericanos y otros. Esta vez, no por la mano invisible.


Esta crisis demostró que el aparato militar industrial está subordinado a un sector financiero que se impuso paulatinamente después de la Segunda Guerra Mundial y que se apoderó de las riendas del Estado luego de 1989 o, dicho con mayor precisión, cuando quedó desprovisto de requerimientos de protección por su función durante la bipolaridad a lo largo de la Guerra Fría. Por eso, ya no ocultó su rostro en la secuencia obsesiva de guerras de rapiña y coartadas, por ejemplo, contra Iraq.

Además, cultivó una brutal regresión ideológica, intolerancia e insensibilidad. Sumó, como si fuese una idea, la conveniencia de democracias sin antagonismos de intereses que articulen procesos sociales. En el lenguaje político, condensó la diversidad social en una solitaria 'clase media'.

En las elecciones de 2008 en Estados Unidos, la mayoría de candidatos nunca olvidaron atender a esa clase, como sinónimo de sociedad. Clase que no se sabe media de qué es o en la mitad de qué referentes se ubica. Si los hay, se extreman entre los de arriba, unos pocos que se emborrachan por los 'créditos' –fiduciarios que les concede el Estado-, y los de abajo, inmigrantes, mendigos, pobres y desocupados, habitantes de las estadísticas, bajo protección providencial.

Las guerras perdieron sus porqués. Se traman y decoran con banderas multinacionales, para democratizar, contratar héroes y forjar combatientes vencedores. Las causas están fuera de una sana reflexión. Son un agujero negro; la inmensa masa monetaria y de producción que este absorbe no es considerada en la política económica y menos aún en el destino de la economía misma. Parte de lo invertido para mantener guerras se obtiene de imprimir moneda, tan fácil como la impresión de un cuento de las Cruzadas, más aún en condiciones de unipolaridad donde la función bélica del papel moneda se realiza al borde de toda crítica y desde la imposición y ventaja de un patrón global de precios. Basta el silencio para que la guerra sea retirada de los índices económicos que se publicitan.

La crisis de Wall Street de 2008 tuvo un antecedente en Ecuador, país en el que se desató un nano-experimento, la crisis tempestuosa de 1999. De golpe se advirtió la naturaleza del poder cuasi-financiero instaurado en 1976. Se percibió hacia dónde estaba siendo llevado el Estado para minimizarlo en su autoridad, capacidad administrativa y representación de la organización nacional. El Estado ausente fue una de sus expresiones más significativas, la pérdida de territorio, festejada como victoria de paz (coartada para trasladar las fuerzas armadas a la frontera norte), la instalación de la base de Manta y los laureles de una ideología enceguecedora. Ideología similar en casi todos los Estados desde 1989 que pospuso estrategias trascendentes. De estas estrategias, se destacan la idea de un Nuevo Orden Económico Internacional, alto al armamentismo, incluso el desarme, protección del comercio con monedas de capacidad adquisitiva estable, traslación tecnológica, integración que pudiese arribar a nuevos sujetos sociales, conversión del desarrollo desigual y combinado en proceso de reducción de brechas, identificación de problemas del medio ambiente y de ecosistemas para tratamientos que modifiquen la relación de la especie humana con la vida, protección del cosmos como espacio desmilitarizado y avance de la conciencia sobre la posibilidad de previsión genética, tareas estas de resolución conjunta de ciencias, políticas y culturas.

Esto, y mucho mas, fue sustituido por tres palabras que descerebraron a buena parte de los Estados del mundo: anticorrupción, antidrogas y antiterrorismo, elementos ideológicos que copan la lucidez y quehacer de los Estados subordinados después de 1989.

El acto de terror del 11-S acentuó la ideología de esta triple anti que se empantanó en la apariencia: la relación de la familia Bush con Bin Laden y el supuesto de la Guerra de Civilizaciones.

El FMI y el BM, que se nutren de ese poder especulativo, precipitaron en Ecuador de 1999 el preestreno de lo que escenifica el mundo de hoy a partir de la crisis de Wall Street. La diferencia radica en que ellos son soberanos, desarrollados y dominantes, mientras nosotros, dependientes, subdesarrollados y dominados.

Esto explica la decadencia del poder norteamericano, en especial la relación del gobierno Bush con el mundo, con su propia población y con la historia. El Derecho Internacional ha sido disminuido y cualquier comprensión que rebase las tres palabras, anticorrupción, antidrogas y antiterrorismo, es admitida solo entre socios verdaderos del G-7.

La crisis 2008 también está vinculada al traslado de manufacturas, industrias, incluida la producción digital a países donde la fuerza de trabajo es asequible. A cambio, se supone reservar para sí la exclusividad de conocimientos y capacidad inventiva. No obstante, esta capacidad no se aparta nunca 'suficientemente' de los centros de producción. En la división del trabajo productivo es donde se multiplica y perfecciona la exigencia de superación científica y técnica. Allí acontece la demanda de instrumentos, saberes y sistemas. Para bien, ese traslado industrial y tecnológico podría ubicarse como circunstancia necesaria en la reducción de brechas sociales.

La crisis de 2008 constata la decadencia de la teoría económica que pretendía definirla y en cuya práctica fue negada. La crisis no se reduce al ciclo, se evidencia en la estructura del sistema y destapa al poder.

Un caudal de simplificación contagiosa se desparrama sobre la conflictividad al interior de los Estados. Se asume que los conflictos son de tipo individual, accidental y volitivo. Como si el poder, la política y la historia fuesen ajenos.

La crisis 2008 cuestiona y comienza a revelar la estrechez de la dominación estadounidense: su red financiera, multilateral, usanza monetaria y agujeros negros, cuyas doctrinas se han impuesto.

Si la unipolaridad implica lo militar, tras éste, la especulación prefigura el poder financiero constituido en estructura global que, siguiendo sus pautas, avanza hacia el Este y el Sur, en cierta coordinación bélica, cuyo nombre ya no responde solo a su región, Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Esta crisis alarma y exige reasumir el Derecho Internacional, una estrategia monetaria que amplíe y rehaga el ámbito que se planteó en Bretton Woods con la convertibilidad, por la que la garantía en oro del valor nominal se suponía vigente. Lo necesario no es una moneda para grandes mercados, sino una digital para el

mercado mundial y los mercados integrados. Moneda relacionada al significado de metales preciosos y sus signos monetarios que acelere el tránsito del billete de banco al dinero digital, al manejo global de un patrón de precios único para el mundo mercantil. Hay necesidad de una moneda global. Ya no es posible que sea el oro, pero sí un entramado con otros procesos y ritmos de intercambio, signos, digitalizados y controlables.

El caos al que abismó a Ecuador el FMI junto al BM, bajo la complicidad de élites criollas subordinadas, hoy se lo contempla en el país más desarrollado del planeta, donde se exhibe la hegemonía de Wall Street sobre el complejo militar industrial.

En 1989, al caer el muro, se marcó una frontera histórica; en 2008, la misma palabra -esta vez en inglés, wall-, insiste en otra frontera de un sistema controvertido por la práctica y su vicioso ensimismamiento ideológico.

El muro de Berlín y Wall Street se parecen. Son fronteras impuestas a comprensiones distintas. Por ahora, la caída de Wall Street no está referida a un sistema circunscrito, sino a una experiencia del capital financiero en sus relaciones con la globalización.

Los muros de Berlín y Wall Street dejan al descubierto o insinúan otros muros, visibles e invisibles que circundan el entendimiento humano en su tránsito por el planeta. Ante esto, las bolsas de valores están asombradas respecto de la reversión y pasión por el oro.

Esta crisis señala el principio del fin de las teorías que hicieron del libre mercado la vara invisible que todo lo medía. En 2008, la mano invisible ha sido substituida por la mano especulativa que no puede asir ningún problema para otorgarle solución. Forma de retardar el pensamiento sobre la economía.

La crisis del 29 requirió espacios para la intervención del Estado. Engendró la concepción de John Maynard Keynes. Esta comprensión se concentró en la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero e interpretó una época. En la actual crisis no hay reflexión alguna que la preceda, pues se trata de la primera crisis (¿última?) del capital financiero como poder en un mundo unipolar que ha asumido la conducción del complejo militar, técnico e industrial. Fenómeno disimulado en la “separación” de la guerra del destino económico –así se lo hace en los discursos- y que obliga otra vez a repensar la economía, la función del Estado, los vínculos de la biología con el presente, el rol de las abismales brechas en los mundos humanos, la manipulación de los signos del dinero, las armas, la información y la tecnología. Se torna imperativo el cuestionamiento a las creencias de la unipolaridad, a los dogmas de 'seguridad' para un Estado y no para la especie humana y su hábitat, la vida en el planeta.

Ahora aparece obvio que el Estado 'desarrollado' salve bancos y empresas industriales que amenazan al medio ambiente. Se ha puesto en evidencia el interés e ignorancia de la élite financiera que contagia a simplistas administradores en Estados subordinados. Las aproximaciones, definiciones y comprensiones que anteriormente se hicieron respecto de la crisis y sobre los límites económicos e históricos del capital, no podían ser admitidos por la 'teoría' de Wall Street, pero sí lo

han sido en el plano de su práctica, de los hechos y, de manera especial, por el repudio, negación y rechazo de sus propias verdades.

Quizás la humanidad esté arribando a otro momento en las relaciones de propiedad, puesto que ahora el cambio de esas relaciones proviene menos de la administración y cada vez más de la técnica y la ciencia, relaciones que por su naturaleza no exhiben propietarios privados ni estatales, si bien aún existen manejos vinculados al monopolio de la información, y se lo hace a costa incluso del avance tecnológico.

Es probable que un fenómeno semejante surja de la posibilidad de una moneda global administrada desde un interés global, cuyo poder adquisitivo se mantenga relativamente estable y sus vaivenes sean reconocidos por los actores del mercado. El tránsito de la distribución de mercancías, a través del mercado, hacia la distribución directa de bienes, sin la intermediación del mercado, es proceso que si bien ha comenzado con algunos recursos y productos tecnológicos, todavía no existe. Apenas hay factores que permiten intuir una meta de esas dimensiones.

Por lo tanto, no titubeamos pendularmente entre Freedman y Keynes, aunque cada uno de ellos hubiese definido una etapa del desarrollo. Enfrentamos la necesidad de conocimientos para otro destino que, en su concreción, será absolutamente nuevo para la especie humana.

Noviembre, 2008


NOTAS:

[i] La política económica se ejerce en la administración estatal por la fracción que simboliza la supremacía de una fase del capital.

[ii] La economía política es disciplina en pos del conocimiento de regularidades y caos que caracterizan las relaciones económicas de la humanidad con la naturaleza y al interior de sus organizaciones.