Por: Eduardo Dimas
La diferencia entre el estornudo y el catarro
La primera vez que escuché la frase, por los años setenta del pasado siglo, en boca de un reconocido economista mexicano, me dio risa. Pero de inmediato comprendí que tenía razón. "Cuando Estados Unidos estornuda, América Latina tiene catarro".
Esa situación no ha variado en nuestros días. Lo único que ahora cabría decir que, cuando Estados Unidos tiene catarro, el resto del mundo tiene pulmonía, pues la globalización neoliberal ha provocado una interdependencia muy grande entre las economías de todos los países.
El anuncio de que la economía norteamericana ha entrado en recesión, ha provocado todo género de opiniones. Desde las más pesimistas para el resto de la economía mundial, hasta las más optimistas, que señalan que la recuperación es cuestión de meses.
Algunos, como el financista George Soros, han anunciado que presenciamos el fin de la era del dólar. Es posible. Los déficit presupuestarios y en cuenta corriente, los enormes gastos militares, la falta de ahorro, han convertido a Estados Unidos en el país más endeudado del mundo.
Existe una gran desconfianza hacia el dólar, el patrón del resto de las monedas del mundo y un medio de atesoramiento, y eso presiona a la baja el valor del dólar, que se ha devaluado sistemáticamente en los últimos años. ¿Quién iba a decir, en los años 60s del siglo pasado, que una onza troy de oro iba valer cerca de mil dólares o que el petróleo sobrepasaría los cien dólares el barril?
¿Qué pueden hacer las economías dependientes del dólar de América Latina y del resto del mundo? Muy poco, salvo tratar de sobrevivir al temporal económico que aparentemente se avecina. Los países no petroleros serán, desde luego, los más afectados.
En estos últimos años, las economías latinoamericanas han tenido un crecimiento apreciable de su producto interno bruto (PIB), en especial aquellas que producen materias primas estratégicas como el petróleo y algunos minerales, cuyo precio ha subido sustancialmente.
Algunos productos agrícolas también han aumentado de precio en el mercado, en especial aquellos vinculados con la producción de biocombustibles, como el maíz, la soya, etc, lo que provoca una cadena de incrementos de precios en los productos alimenticios. La pregunta que cabe hacerse es si, en caso de una recesión a nivel mundial, esos precios se mantendrán o, por el contrario, se deprimirán, tal y como ha ocurrido muchas veces.
Según la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), los precios de los productos básicos han aumentado drásticamente desde 2002, luego de su brusca caída entre 1997 y el 2002.
El precio del petróleo creció de 12 dólares el barril en 1999 a cien dólares a principios de este año, mientras que el índice de precios de la UNCTAD para los productos básicos (no combustibles) aumentó ciento catorce por ciento desde 2002.
Los metales y minerales aumentaron 265%, las materias primas agrícolas 78% y las bebidas tropicales 66%. Fue una especie de explosión que benefició a muchas naciones subdesarrolladas.
Las causas de ese enorme incremento son de variado tipo. Cabría citar el aumento de la demanda de combustibles y materias primas en China, India y otros países asiáticos, las guerras en Afganistán e Irak, las amenazas a Irán, y la especulación con los minerales, que se convierten en una forma de atesoramiento para muchos capitalistas.
La mayoría de los países de América Latina vieron aumentar su PIB como consecuencia de ese boom de precios. Los índices de pobreza y de desempleo disminuyeron un poco, según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).
Algunos hasta lograron independizarse del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y atesorar apreciables reservas monetarias, al tener superávit en su comercio exterior.
Los más optimistas dicen que China puede seguir con su enorme crecimiento económico, a pesar de que Estados Unidos caiga en recesión. Sin embargo, la experiencia indica otra cosa, especialmente si tenemos en cuenta que la economía china está muy vinculada a la de Estados Unidos.
Un por ciento elevado del comercio exterior chino depende de la capacidad de compra de Estados Unidos. Si algo llama la atención es que China acumula ya alrededor de un billón 400 mil millones de dólares en sus reservas. Una buena cantidad de ese dinero está en bonos del tesoro. Es decir, es parte de la deuda externa de Estados Unidos.
Si por razón de la recesión, Estados Unidos disminuyera sus compras a China, esta tendría un excedente de productos que no podría vender en ningún otro lugar y carecería de sentido económico seguir produciendo al mismo nivel que ahora. Por tanto, tendría que disminuir su crecimiento económico.
En muchos sentidos, China sigue siendo un país subdesarrollado, y la capacidad de consumo de su muy numerosa población (más de 1 300 millones de habitantes) es todavía muy limitada, debido, entre otras cosas, a los bajos salarios que se pagan en la industria y a la miseria que todavía prevalece en el campo.
Según informaciones no oficiales, Estados Unidos, con algo más de 300 millones de habitantes, consume el 72% de su propio PIB. Ese consumo es seis veces el de China e India juntos. Si semejante poder de compra disminuyera, su efecto se sentiría en todas las economías del planeta.
No es festinado pensar, pues, que la economía latinoamericana –unas naciones más, otras menos-- sería fuertemente afectada. Debido, a que, necesariamente, disminuiría la demanda de las materias primas y los productos agrícolas.
Algunos ministros de Hacienda y jefes de estado han expresado que sus países tienen las reservas suficientes para enfrentar esta eventualidad, sin que se afecte su economía. Creo que eso dependerá del tiempo que dure la recesión.
Brasil, por ejemplo, tiene cerca de 200 mil millones de dólares. México más de 80 mil. Brasil no depende tanto de su comercio con Estados Unidos, pero el 87% del comercio exterior mexicano es con Estados Unidos.
Semejante situación ata la economía subdesarrollada de México a los vaivenes de la norteamericana. Otros países de América Latina, en especial los que tienen Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, tendrían que enfrentar un problema parecido.
No se trata, desde luego, de hacer pronósticos. Pero me llama la atención el optimismo de los gobernantes latinoamericanos cuando los propios economistas estadounidenses predicen todo género de desgracias. Desde Paul Krugman a Jefferey Sachs, pasando por el Premio Nobel Joseph Stiglitz.
Tener miles de millones de dólares como reserva para enfrentar la recesión no garantiza a los gobiernos latinoamericanos la necesaria cobertura. Ellos saben que la tendencia de la moneda norteamericana es a devaluarse cada día más.
Lo que significa, en términos económicos, exportar la recesión, mediante papeles cuyo valor ha disminuido. Si China e India reducen su crecimiento económico y sus importaciones de materias primas, los precios bajarán y América Latina sentirá duramente las consecuencias de la contracción económica por ser una región subdesarrollada.
Tal vez sea muy prematuro. Tal vez, no. Tengo la impresión de que la CEPAL nos volverá a informar sobre un aumento del número de pobres e indigentes, sobre las calamidades del subdesarrollo y la marginación.
Si algo llama la atención de estas entidades es la influencia de la ideología neoliberal, de la economía de mercado, y la tendencia a convertir deseos en realidades. En el mundo desarrollado, los gobiernos comienzan a tomar medidas para enfrentar la recesión. Medidas que no tienen nada de neoliberales y sí mucho de keynessianas.
En América Latina esas medidas no existen y escuchamos discursos optimistas sobre la fuerza y la pujanza de economías que dependen de las exportaciones, totalmente subdesarrolladas. ¿Son ignorantes sus gobernantes? No lo creo. ¿Entonces?
Tal vez la respuesta esté en la forma en que la mayoría de los gobiernos de la región asumieron la violación de la soberanía de Ecuador, el pasado primero de marzo, cuando fue asesinado el comandante Raúl Reyes y otras 22 personas, entre ellas varios estudiantes de sociología de México. Todos condenaron la acción de un modo o de otro, pero no pasaron de ahí.
Al margen de que era más que necesario impedir una confrontación mayor --que hubiera provocado daños irreparables a la integración-- , la forma en que fue tratada la violación del territorio ecuatoriano, la masacre cometida por el ejército colombiano con la ayuda de Estados Unidos, y el consenso de la mayoría para evitar aislar al gobierno colombiano mediante un acuerdo en la Cumbre del Grupo de Río, hace pensar en que no quieren buscarse problemas con Estados Unidos ni con su pretendido gendarme.
Fue una forma de expresar la dependencia del imperio. Y, si es así, ¿cómo vamos a pedirle que asuman una postura independiente en sus economías y den los pasos necesarios para salvarlas?