HTML clipboardEjerció la prostitución durante un año en Montera. Por necesidad. «No podía ni pagar el alquiler. Soy ecuatoriana, separada y estoy sola aquí en España». Lo pasó verdaderamente mal. Era 2002. Se sentía indigna. Humillada. Dañada en lo más profundo de su ser por la violencia emocional y física que sufría. «Nunca me gustó esa vida. Entonces, un día se me acercaron unos chicos (trabajadores sociales) y me hablaron de un centro de atención integral al que podía acudir».
Eso fue su tabla de salvación. «Con su ayuda pude dejar de prostituirme. Yo sola no lo habría conseguido», asegura hoy, años después.
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