Oscar IMBAQUINGO
director@elecuatoriano.com
Los casos de denuncias de los curas católicos por pederastia, no solamente se han dado en Irlanda y Alemania, sino que han trascendido otros linderos.
Tampoco nos sorprende el hecho de que dos escritores británicos, hayan interpuesto una denuncia para que los tribunales de su país ordenen la detención y procesamiento de Benedicto XVI, el Papa de Roma, cuando visite Reino Unido en Septiembre de este año.
Igualmente, un alto juez de Naciones Unidas solicitó al Gobierno inglés detener al Papa Benedicto XVI en su próximo viaje a Inglaterra, y procesarle ante el Tribunal Penal Internacional por crímenes contra la humanidad. Geoffrey Robertson, juez de la ONU, en un artículo, dice que los juristas deben invocar los mismos procedimientos que se hacen para encausar a criminales de guerra, en este caso, al Papa, como Cabeza de la Iglesia, responsable último de los abusos sexuales de los sacerdotes católicos.
La crisis desatada en la Iglesia católica no es tan simple como algunos pretenden hacernos ver, ni tampoco se resuelve con manuales para detectar pederastas, o con actos de contrición. Esta crisis desatada por las oleadas de escándalos de agresiones sexuales de sacerdotes contra menores es un terremoto. Y a un terremoto, no se le enfrenta pensando que se trata de un coletazo del “libertinaje sexual” que sólo afecta a una minoría de los sacerdotes.
Esta crisis es producto de un fenómeno que los especialistas la llaman: la disonancia cognitiva. O sea, la incapacidad de la jerarquía y sus voceros en el Vaticano para reconocer las dimensiones del problema, para tomar medidas reales y no discursivas, y para plantear una auténtica solución.
Las actuales reacciones del Vaticano sólo agudizan el resquebrajamiento galopante de una estructura de poder, creada y desarrollada para la obediencia y el encubrimiento, y no para ser fiscalizada y modificada por sus propios creyentes.
No existe una capacidad para articular un mensaje medianamente moderno. Todas las respuestas de la Santa Sede y de los obispos exhiben la sexofobia, la misoginia, la homofobia, y otras posiciones que rayan en lo arcaico.
No es la sexualidad, sino la histórica complicidad con los agresores, el problema del Vaticano.
No es una campaña en contra del Papa Benedicto XVI, sino un juicio contra un ciclo antihistórico.