Más allá de la epopeya del Guerrillero Heroico en su lucha sin cuartel contra el imperialismo, queda su ejemplo para las generaciones presentes y venideras, de demostrar cuán consecuentes podemos ser con las ideas revolucionarias y, más aún, cuando se accede a ciertos espacios de poder, desde los cuales se puede arrancar a las multinacionales el control de nuestras riquezas y, poner coto al saqueo que agota poco a poco los recursos naturales de América Latina y, muy en particular del Ecuador.
Cada vez que el Eco. Rafael Correa se despide de su cadena radial de los sábados, repite a emocionado las palabras mágicas: “Hasta la Victoria Siempre , compañeros”.
El Ché dijo alguna vez: “La revolución es algo que se lleva en el alma para morir por ella, y no en la boca para vivir de ella”.
Qué fácil es hablar de revolución en los discursos de barricada, aquella revolución que predica la paz, como condición para que los cambios vengan por generación espontánea, cuando las élites jamás han cedido espacio sin antes clavar sus garras. Hoy el gobierno se aprovecha de las cuñas de TV y la radio para hacernos creer que la Patria ya es de todos. Aquella revolución socialdemócrata que -mediante medidas asistencialistas- pone parches a la pobreza, a la desnutrición, a la carencia de servicios básicos en los sectores populares. Esa revolución ciudadana que nos quiere convencer que la educación ya es de todos, cuando a dos años del período presidencial, pasan del millón los niños trabajadores y otro millón de analfabetos que todavía no saben leer ni escribir. La revolución del Siglo XXI, que no llega a los hospitales públicos, donde los pobres deben pernoctar toda la noche en los centros de salud para alcanzar con suerte un turno, no pasa de ser una cautivante demagogia, en esta democracia capitalista.
No es legítimo señor presidente, utilizar proclamas de El Ché, para hacerse pasar como revolucionario y, peor aún mentirle al país con un discurso izquierdista, que raya en la incoherencia que demuestran los hechos concretos de la política que Ud. promueve. Quienes votamos por el SI, solidarios con los trabajadores tercerizados, con los maestros, con los campesinos, exigimos cambios de fondo al gobierno, que aunque incomode a ciertos sectores de la izquierda mutante, sigue siendo neoliberal.
Si Correa actuase como El Ché no habría permitido que se mancille a la capital del Ecuador, con la construcción del bunker imperialista de la nueva embajada de EE.UU. en Quito. Nuestro pueblo ya ha calificado este hecho como grave, pues literalmente -se trasladó antes de tiempo la Base de Manta- al centro político y administrativo del país, con toda la infraestructura sofisticada para ejercer el espionaje, la ingerencia y contrainsurgencia imperialistas, en contra de los sectores sociales de izquierda. El régimen sobre este hecho calló durante los casi dos años que duró la mega obra yanqui.
Si Correa se pareciese al Ché habría condenado duramente al imperialismo por su participación escandalosa en el bombardeo de Angostura, por parte del gobierno de Colombia, que lesionó seriamente la soberanía del Ecuador. Pero el primer mandatario prefirió guardar silencio.
Si Correa fuese alguien como El Ché jamás habría pactado con transnacionales como PORTA, que quedaron debiendo al Ecuador más de USD 150 millones de impuestos. Para alentar el fuego del patriotismo oportunista, Correa anunciaría que estaba decidido a acabar con el monopolio de la Telefonía en el país y, lo que finalmente hizo es consolidar para los próximos 15 años, la presencia y usufructo del espectro radioeléctrico del imperio de Carlos Slim, -amo y señor del 70% del mercado nacional-, que el reporta cerca de 1000 millones de dólares anuales de ingresos. La estatal Alegro, Pacifictel y Andinatel se quedaron en el camino.
Si Correa fuese la sombra de El Ché no solo que incautaría los bienes de los Isaías, entre ellos GAMAVISIÓN, y TC Televisión, sino que ya habría dado pasos firmes para entregar los bienes de estos canales y las frecuencias a perpetuidad a las universidades, a las organizaciones sociales de izquierda, a los barrios populares, a los maestros y al pueblo en general, para que construyan la parrilla de programación que demanda el pueblo, basada en el rescate de la cultura, las tradiciones ancestrales, a fin de hacer realidad una comunicación de los pobres y para los pobres; donde no medie la plata como requisito para hacer televisión comunitaria, sino que sea el intelecto y la creactividad popular las que construyan seres humanos solidarios y no egoístas, como es en la actualidad.
Para desencanto del pueblo, lo que pretende hacer el gobierno es poner al remate los bienes de los Isaías, a fin de que en -una verónica magistral, al mejor estilo taurino-, sean los mismos grupos de poder los que compren estos canales a precios devaluados. O sea, cambiamos de manos para que los bienes vuelvan a las mismas manos.
Si Correa tuviese el compromiso revolucionario de El Ché habría tomado la decisión inclaudicable de rescindir el contrato con las petroleras Petrobrás, Repsol YPF, Petrobrás, Perenco y otras más, por haberse atrevido a demandarle al Estado, por haber bajado la producción deliberadamente, por ser morosas y no pagar cerca de 1000 millones de dólares de obligaciones tributarias. Y qué es lo que ha hecho el gobierno de la revolución ciudadana: “Amenaza, -prendiendo el reverbero seudo nacionalista- , a las petroleras, que no se apuran firmando la renegociación de los contratos, para finalmente santificar y perpetuar la presencia y el saqueo de las multinacionales en el Ecuador.
Si Correa tendría algo de El Ché se habría opuesto airadamente a aquel articulado de la nueva Constitución que permite “excepcionalmente la entrega de los recursos naturales a la empresa privada criolla o extranjera; se habría opuesto a las autonomías, proyecto secesionista que fue aprobado con la Carta Magna y que le otorga a los grupos de poder enquistados en los gobiernos municipales, la potestad de privatizar las áreas estratégicas y recursos naturales de su competencia. El Estado pasa a ser un mero espectador- sin poder de control- ante las privatizaciones que se vienen en el país. El proyecto del Banco Mundial y del BID, ha sido plasmado en el nuevo marco constitucional.
Si Correa se pareciera en algo a El Ché habría exigido que paralelamente a la prohibición de la privatización del agua, de los derechos consagrados a la naturaleza, se ponga con letras mayúsculas el derecho al veto a la consulta previa, de las comunidades y pueblos indígenas, para que la amenaza de los proyectos mineros extractivistas que apuntalan las multinacionales, no afecten el derecho de pueblo a gozar de agua apta para el consumo humano.
Si Correa quisiera emular al Ché, se opusiera tenazmente a la entrega de campos petroleros estatales a la empresa privada, pues al consentirlo estaría siendo desleal con su pueblo a quien le juró que privatizar campos en plena producción, con reservas probadas sería una traición a la patria y, que él jamás lo haría. La realidad del discurso correísta raya en la mentira, cuando miramos con pesar cómo se adjudicó el campo Pucuna y Singue; cómo se anuncia descaradamente la entrega de los campos Armadillo, Tapi, Tetete, Frontera, Ocano, Peña Blanca, Chanangué; y lo que es más preocupante, el gran campo Sacha, a la sociedad anónima PDVSA de Venezuela.
La sola entrega de un campo petrolero implica un perjuicio multimillonario al país, no solo por las reservas disponibles, sino por las decenas de millones de dólares que el estado invirtió en los trabajos de exploración sísmica, en la infraestructura de superficie, capital de riesgo que lo asumió el estado en su momento. Mientras los técnicos estatales se rompen día a día –mente y cuerpo-, por entregar e incrementar la riqueza petrolera para que siga siendo la principal fuente de ingresos fiscales, el gobierno -como en el lacayo regimen de Gutiérrez-, pone en bandeja de plata una vez más, las joyas de la corona.
Si Correa caminaría junto al Ché, jamás habría aceptado la aplicación del Plan Libertador, tentáculo pro imperialista –que con el pretexto de luchar contra la delincuencia y el narcotráfico- , busca interceptar correos electrónicos o pinchar las llamadas telefónicas, afectando a la libertad de prensa y de expresión, como derecho inalienable de los pueblos. Al respecto, el gobierno digno y soberano aceptó la donación humillante del gobierno de los EE.UU. de los equipos para poner en marcha dicho plan, copiando en Ecuador el modelo de seguridad democrática que impone el imperio gringo.
Si Correa actuase como el Ché ya habría desmantelado el aparato de represión de la Policía y las FF.AA., que bajo el pretexto de defender el orden público, ha criminalizado la protesta, acusando -cuando les conviene- a los luchadores sociales de terroristas; poniendo en contra del pueblo a la institución armada.
Hoy, en medio de tanto derroche propagandístico, la miseria humana y el cálculo personal, hacen que por todo lado se multipliquen tiendas de campaña pro gobiernistas, donde la gente sin escrúpulos se viste de verde, a cambio de un puesto en el sector público o, como diría un ciudadano común, para ver si me ayuda el gobierno a ponerme una fundación, con claros fines de lucro. Esos no pasan de ser mercaderes bastardos de la política.
Por ello, entre otras tantas razones, este régimen no tiene nada de revolucionario, y Correa sigue siendo en la práctica un “Chicago Boys más” de aquellos que ya visitaron Carondelet y salieron marcados por el repudio de la traición al pueblo.
A pesar de lo expuesto, seguimos de cerca al proceso de la “revolución correísta”, la misma que por rigor del momento histórico que vive la patria, debe depurarse, la derecha pro imperialista medra en Carondelet y, Rafael Correa está llamado a corregir el rumbo, pues para seguir el ejemplo de El Ché hay que estar DEL LADO DEL PUEBLO, que es la única fuerza del cambio; y para ello hay que estar dispuesto –si es preciso-, a morir por los ideales revolucionarios, para hacer historia.
PRENSA ALTERNATIVA